martes, 7 de febrero de 2012

La Escritura en la pared

La escritura en la pared

“En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía delante del candelero sobre lo encalado de la pared del palacio real, y el rey veía la mano que escribía”.
Daniel 5:5

Dudé mucho en incluir este texto, en esta novela. Tal vez se deba a que la totalidad de la historia no me ha sido revelada todavía. (Tal vez nunca lo hagan mis visitantes o mis huéspedes internos) O han preferido contarme solo una parte, dosificada y a cuentagotas, de esta aventura fantasmal y fantástica. Debo afirmar aquí, casi con total honestidad, la presencia grata , sentado apoyada la mano derecha en su bastón de cayado, de Jorge Luis Borges; parecía estar hurgando en los pasajes secretos de mi mente, buscando argumento para alguna de sus ficciones o, tal vez sosteniendo alguna amena conversación, (sospecho o presumo que de temas literarios) con el fabulador de Chesterton. El caso es que Diana me hizo llegar un mensaje donde me aseguraba que podría verla durante horas de la noche en una dirección en Manhattan. El mensaje decía: “Adam, estaré a las once de la noche en la 14th Street a esquina Octava Avenida. Trata de llegar puntual”

Borges es inimaginable en Nueva York, sé, o tal vez me dijo por medio de sus escritos, que la ciudad le resultaba asfixiante e inhumana, desprovista de encanto y de inspiración para las manifestaciones del arte. A Borges, lo imaginamos siempre vagando y divagando por Corrientes o por la Avenida de Mayo, en ruta a la Universidad, con algún tomo debajo del brazo; pero jamás aferrado a un frío tubo de metal de un vagón del Metro de Nueva York, comiendo alguna hamburguesa.

Estaba en el lugar y a la hora señalada. Entonces pude verla. O creí ver a Diana King. Debo reprimir toda emoción al narrar esta historia, para no perder la posible objetividad, pero, quién habría de pedirle objetividad a un novelador, a un tejedor de falsedades literarias. El artista, el arte mismo nos miente siempre o; al menos el buen arte se toma la preocupación de mentirnos siempre y sin remedio. No se le puede pedir el extraño fruto de la Verdad a la vulgar boca mentirosa. Recuerdo, haciendo un esfuerzo por reconstruir los hechos, lo que vi o creí ver; lo que soñé o creí soñar; que me encontraba encerrado en un lugar previamente ubicado y seleccionado para sus propios y oscuros fines por Diana. Se trataba de una especie de sarcófago urbano y posmoderno pero al mismo tiempo como ancestral, con olor y aspecto de antiguo abandono, aunque se encuentra en pleno centro de Nueva York.

 El depósito medía, o me pareció que media o mide, en caso de no haber sido demolido por la administración de la Ciudad; mide, les dije, como tres metros por tres metros, con un techo también de tres metros. Al verlo pensé en mis moradas y ciudades interiores abandonadas y heridas de descuido. Entonces, haciendo algo de luz con un fósforo semihúmedo, pude comenzar a ver las extrañas escrituras que plagaban las paredes, que, de pronto y sin aparente intervención de la mano del hombre ni de ningún removedor alguno, comenzaron a desaparecer. Extrañamente Diana no se había presentado al lugar. Yo había llegado puntual, con la resignación del que acude a una cita con el dentista, ella no había acudido a la cita que ella misma me había hecho llegar. Sabía que estaría allí, sin falta ante ella, que la única cita que pondría por delante y por encima de la posibilidad de verla y aspirar sus olores, seria mi encuentro ineludible con la muerte. Pero no asistió ni he tenido noticia, (ni me ha sido revelada aun) que me informe o haga saber de por qué me dejó solo, me hizo descender a esos abandonados infiernos con la esperanza de verla y sin embargo no fue, no asistió a la cita con la puntualidad acordada.

Lo aquí contado no escapa a lo conjetural y pretendidamente poético. La mujer es una conjetura en forma de poema, o tal vez un falso poema no bien conjeturado. Todo negocio, todo intercambio dentro del plano de la relación con las mujeres debe ser, creo yo, poético, musical, físicamente espiritual y al mismo tiempo espiritualmente físico, además debe ser lujuriosamente lúdico; para que de esa forma y modo, pueda dar la impresión (como experiencia sensorial y del espíritu) de que se trata de algo conjetural e inexacto, un incidente que se mueva como la vida misma en el terreno húmedo y resbaladizo de la incertidumbre. A las mujeres, creo yo, con Diana incluida en la larga lista, les fascina esa fórmula de lo inseguro, aunque apuestan a ganar seguridad en las relaciones personales, pero también y de modo paradójico, les atrae y abstrae lo inseguro, lo medio sugerido, lo medio entregado, lo que está a mitad de espera y de camino, lo que está por llegar todavía.

Diana no difiere de estas apreciaciones y cavilaciones mías hechas ante aquellos muros fríos y grises. Un mortal encerrado en un asfixiante especio rectangular de tres por tres metros. Pensaba en ella y la arrastraba hacia las partes más profundas e interiores de mi pensamiento. Esos ejercicios del pensamiento, ese vago cavilar, esas rutas inverosímiles, aviesas, torpes, imprevistas e inseguras de mi mente contienen a la Diana ausente y huidiza. La aprisionan o creen hacerse a la idea de que la aprisionan, la llevan cautiva a los altares personales de la entrega, la tienen o creen tenerla como un cervatillo herido sin mas remedio ni medio de escapar; que ve, sin poder hacer nada, el filoso cuchillo del matador. Mis relaciones con Diana King no difieren mucho en el fondo de las otras relaciones mías con las trece mujeres que han pisado mi huerto. Las marcas de su paso me han quedado, pensé; mientras me encontraba encerrado, abandonado a mi suerte, sin hacer ningún esfuerzo por escapar y con la remota esperanza de la aparición de Diana cada vez más débil, cada vez menos parecida a lo lógica y razonablemente posible.

En una de las paredes apareció, primero entre humeantes brumas de los páramos de mi mente y luego de manera visible, una mano que escribía y escribía sin cesar utilizando caracteres antiguos, indescifrables para mi entendimiento, profundamente incomprensibles, cifrados en signos y símbolos arcaicos y que nunca había visto o no recuerdo haber visto ni en Egipto ni en el Museo Británico, ni en ningún ánfora griega. De pronto Diana King comenzó a manifestarse, a aparecer, a hacerme notar su presencia. La mano seguía escribiendo ajena a mi presencia física y a la presencia fantasmal de Diana. (O tal vez en esos instantes yo era un fantasma mas en la estrecha habitación) Pensé por un momento, esto siempre dentro de la inexactitud propia de la conjetura, que la mano bien podría ser la continuación del cuerpo amorfo y vaporoso de Diana, o, en todo caso, que ella misma dirigía la mano que recorría las rutas grises y aportilladas de esas paredes olvidadas y tristes.

La mano seguía escribiendo y aunque yo no entendía nada del significado de sus escrituras en los muros, llegué a sentirme profundamente angustiado por el posible contenido de lo escrito. Serían sentencias de muerte, serían palabras de sabiduría, sería alguna novela fantasmal y erótica, serían quizás edictos en mi contra, o tal vez esas escrituras en la pared, indescifrables para mí, habrían de contener el decreto final y el anuncio de la caída inexorable de la civilización occidental posmoderna, ya herida de muerte, que se tambalea siendo engullida por la serpiente de la Globalización. Desde un principio del milagro de la escritura en la pared, sentí preocupación no solamente por mi, que estoy condenado al destajo, sino por el hombre mismo, por la sociedad decadente en que vivimos, por el retorno necesario e inevitable del hombre a la creación y a la naturaleza. Europa es un continente de viejos, que necesita manos jóvenes de inmigrantes que hagan el trabajo que ellos no han querido hacer y que ahora, por la artritis, los males de Parkinson y del Alzheimer o por senilidad, no pueden realizar.

Se han negado por décadas a procrear. Les basta con alguna mascota, algún perro mudo por un artilugio tecnológico para que sus ladridos no molesten su adorado silencio. Europa se está muriendo de vieja. La mano borraba algunas cosas que considero terribles, instantes después de haberlas escrito o tal vez las reescribía, pienso yo, en términos mas graves y sentenciosos debido al cabalgante retroceso, exterminio y decadencia que vive la sociedad actual. En esa caverna urbana, donde no entraba el bullicio de los interminables transeúntes de la ciudad, se estaba redactando y emitiendo la sentencia en su contra. Se estaban emitiendo los decretos y sentencias de muerte, ya sea muerte física o espiritual y la muerte masiva en el mas grande cataclismo provocado por el hombre que habrá de tener lugar muy pronto. Iban socializando con sus teléfonos celulares, algunos sentados en el suelo del Metro o en alguna acera, interactuando con sus laptops y sus tabletas electrónicas, escuchaban música por sus infaltables audífonos que utilizan para ahogar las voces de los demás seres humanos y apagar los aullidos o gritos de su voz interior, en caso de que no la tengan adormecida. Caminan infatigables de una avenida a otra, de una calle a otra. Los semáforos de peatones los detienen por minutos y luego, esa serpiente humana de anónimos urbanos que no va a ninguna parte, comienza a caminar, con su botella de agua mayormente en el verano o con su café caliente en su vaso foam en el invierno y ante los fríos del otoño que ya anuncian la llegada del invierno.

No se si quería escapar de mi encierro, en verdad no quería salir de allí, viendo ese interminable film al que el resto de la indiferente población mundial estaba ajena. Le estaba vedado ver su propio destino, la sentencia ineludible que le aguarda, tan ocupada como está en participar en los bacanales de la fiesta de la era de la información y la tecnología, del comercio de lo innecesario, de la degustación irresponsable y exhibicionista de lo novedoso, aunque no lo necesite. En las grandes ciudades hay depósitos de alquiler para guardar todo lo que nos sobra y ya no cabe en las casas. Se organizan ventas de garaje para comprar nuevamente lo que ya hemos tirado a la basura hace meses; sin embargo en Somalia la guadaña de la Muerte se ceba en las vidas de toda una generación, mata a miles de niños sin alimentos y sin esperanza, mientras un exclusivo grupo come caviar, salmón del Mar Muerto, apura los vinos mas exquisitos y se reparten las fortunas y colman de regalos y favores a sus amantes.

El drama es estremecedor, la inequidad social es una maldición y la mas cruel forma de esclavitud. El hombre no aprende las lecciones de la naturaleza ni de la escuela de la historia y entonces se da el lujo de repetir verdaderos errores sustanciales que llevarán a la actual civilización mundial, la que ha alcanzado las mas altas cimas de desarrollo en toda la historia de la Humanidad, la arrastrarán y la están arrastrando al cataclismo y a la hecatombe. Este sistema de cosas, este desorden mundial, pensaba mientras contemplaba las formas caprichosas y antojadizas de Diana, no resistirá mucho tiempo. Durante la crisis financiera global, que no fue provocada por imprevistos, ni por violación a las leyes fundamentales de la ciencia de la Economía, hubo Gerentes que se llevaban en los bolsillos alrededor de un millón de dólares por día para sus casas; otros medio millón, y muchos otros se robaban cientos de miles de dólares por día. No hay uno solo de ellos preso y el daño que le han hecho al orden económico global es irreparable en siglos.

Fue entonces el momento en que pude escuchar la voz inconfundible de Diana King. Era la Diana Profetiza, interpretando para mi las escrituras y sentencias escritas en las paredes de mi encierro. La primera de las escrituras que me interpretó, en la primera profecía, era referente a que la Globalización se engullía a si misma después de engullirse al actual sistema de la sociedad de consumo y libre comercio. Estaba y está, poseída de una insaciable gula global, abarcante y asfixiante que la lleva camino de su propia destrucción. Un sistema puede parecer perfecto porque solo vemos las de ganar y ganar. Al obtener tanto y tanto se llega a creer que es un sistema o un estado de cosas invencible, que los demás se están haciendo cada vez mas débiles ante nuestro avasallante desarrollo; pero se comete un error fatal, se olvida o se descuida al peor de los rivales que podemos tener, al peor y mas cruel de nuestros enemigos: A nosotros mismos, al enemigo interior que cada vez crece y se fortalece mas dentro de nosotros mismos, en las entrañas del monstruo. Igual acontece con la democracia como sistema. La democracia se fundamenta en la Libertad como uno de sus valores fundamentales, o tal vez como su valor fundamental. Sin embargo, el uso y disfrute abusivo de la libertad es una de las conductas mas opuestas al espíritu de la democracia misma. La democracia actual está herida de muerte por la hidra del libertinaje.

La segunda profecía de Diana hace quedar pequeños y como un juego de niños a la situación mundial descrita en la novela “1984”, publicada en 1948, por George Orwell y a la famosa broma radial de Orson Welles de la invasión de los marcianos. Diana me contó un panorama terrible y profundamente aterrador para el mundo de los próximos años, que me hizo recordar a Mel Gibson y el ambiente, entonces futurista, descrito en “Mad Max”. Un mundo aterrador y solitario, aunque se sospecha que hay humanos deshumanizados escondidos y al acecho para agredirte, avenidas interminables y solitarias, plazas también solitarias, falta de combustible y agua potable, calores infernales y esa terrible soledad interior, esos páramos grises, yermos, solitarios, improductivos, sin población e inútiles para toda creación, fueron mostrados y descritos ante mis ojos por la mano prodigiosa e indescifrable para mi y por la voz fantasmagórica y triste en ocasiones de Diana King.

Los países que anteriormente exhibían estabilidad económica, desarrollo, y riquezas iban cayendo, en la tercera profecía de Diana, como fichas de dominó. El G20 que años antes era una expresión de poder económico, capacidad militar y desarrollo científico, aparecía en ella como un anciano senil enfermo de várices, con la presión alta, ya operado de la próstata, enfermo de diabetes y ciego, tomando calmantes ante los dolores insoportables del cáncer de colon. Era la muestra mas fehaciente del fracaso del sistema económico global, en el que los ricos se van haciendo cada día mas ricos y los pobres se van haciendo cada día mas indigentes. La gran plataforma económica de los Estados Unidos, tenida como tope máximo de la civilización occidental y del mundo en general, se tambalea, herida de muerte.

En el cuarto escrito profético pudo verse que la naturaleza también había estado protestando por décadas. La primera y mayor concentración de gases y de calor recibida por ella desde la creación misma de la atmósfera y de la biosfera, que son la casa natural de la especie humana, tuvo efecto el 6 y el 9 de agosto de 1945, con la bomba contra Hiroshima. La segunda fue la de la planta nuclear de Fukushima, también en Japón, que ha venido a ser el peor desastre de la historia de la era nuclear inaugurada por los Estados Unidos a finales de la Segunda Guerra europea. Hemos echado a perder nuestra casa, el hombre ha destruido, me gritó Diana casi con furor, el equilibrio de la naturaleza, sus leyes inmutables y eternas y ella, la Naturaleza va a vengarse o mas bien ya está vengándose. Vi paisajes asolados donde solo volaban cuervos y aves extrañas que jamás había visto, buscaban carroña humana entre los escombros humeantes del mas grande cataclismo de la historia de la humanidad, picoteaban y removían con sus patas con garras negras y grises entre los restos de ese enorme cementerio urbano, que, por sus tantos cadáveres quemados y a medio quemar, en nada se diferenciaba de la desolación de un campo de batalla, cuando se llega al epílogo de la destrucción recíproca.

La quinta profecía de Diana fue, necesario es decirlo, tan deprimente y demoledora como las anteriores. En esos vastos territorios de la nada, sin ríos ni arroyos porque ya habían sido agredidos terrible y sistemáticamente por la raza humana, se veían mujeres desplazadas y refugiadas de Somalia y de la Ciudad de Goma, o tal vez me parecieron ser de esas ciudades del África hambrienta y pestilente porque ya tenía guardadas imágenes semejantes obtenidas en los noticieros de CNN y de las cadenas de noticias mundiales. El hambre estaba azotando en el continente negro. Los niños parecen sacos de huesos desprovistos de carne, con las bocas semiabiertas y la mirada perdida en los paisajes de la nada, sin apenas avistar la esperanza y se aferraban a los brazos cansados y a los pechos ya secos de sus madres. Las moscas y demás bichos voladores se le entraban en la boca y los picaban y cubrían, dándole la atención que no han recibido de la llamada comunidad internacional. Una frase que describe a algo que no existe, una verdadera versión posmoderna de la Utopía de Saint Simon.

La sexta profecía se refirió al comercio y a las humanas miserias existenciales propias de la sociedad de consumo. Injusta e inequitativa la llamó Diana. El hombre es un objeto y a la vez un sujeto de la sociedad mercantil. Ella busca, mediante la innovación tecnológica que condena al zafacón a una invención reciente porque ya llegó al mercado alguna nueva, busca satisfacer esa dependencia mental del consumidor que visita los grandes malls a ver si encuentra felicidad en las góndolas del supermercado. En las farmacias y bajo receta médica, en los Estados Unidos y en muchas potencias, se venden y suministran con cupones, las llamadas happy pills o pastillas de la felicidad, verdaderas drogas par ayudar a soportar la carga de la existencia.

Luego de esta sexta interpretación de las escrituras dejadas en las paredes de aquella celda, me parece que quedé dormido, aquella sexta profecía había sido demasiado desgarradora. Vi morgues improvisadas almacenando cadáveres, fosas comunes como las del holocausto judío, trozos de cuerpos tirados por el suelo, siendo pasto de las llamas o de los picos de las aves de rapiña en un aquelarre del valle de la muerte. Vi rostros infantiles de niños muertos que me miraban sin verme, reclamándome no haber hecho nada para evitar sus muertes. Sé que muchas de esas imágenes las debí haber visto en mi sueño que no sé cuanto tiempo había de durar o si todo esto lo soñé.

Pero sin duda alguna la peor de todas fue la séptima profecía. Era relativa al final de la era y de las edades y civilización humanas. Toda esa industria mal llamada de defensa, toda la investigación científico tecnológica puesta al servicio de la destrucción y de la guerra, todas esas innovaciones, el mercado mortal de la salud, donde se crean virus letales y se reviven enfermedades y pestes ya superadas por la investigación científica, todos esos miles de millardos de dólares, yenes, euros y libras esterlinas puestos al servicio de la mega industria global de la guerra, deberían usarse algún día en la verdadera, y ultima, gran conflagración mundial. La inversión no debería de hacerse en vano. Los misiles y municiones se vencen en los depósitos y arsenales estratégicos. Los programas nucleares exigen verdaderos controles de calidad y altas sumas de dinero se gastan en mantenimiento y seguridad de las plantas nucleares. Los contratistas y subcontratistas de la industria militar le pagan millones a lobbistas entrenados para colocar, promocionar y hacer vender sus armas de destrucción, sus uniformes, equipos de blindaje, tecnología de observación aérea y de visión nocturna, botas, mochilas, raciones de comida y cuanto equipo pueda imaginarse.

Las potencias mundiales y la gran águila del norte, al ver fracasado y con la tienda en llamas al sistema económico occidental que gobierna el mundo se irán a la guerra, experimentaran una terrible y masiva angustia existencial, aumentará la desconfianza recíproca entre los Estados, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, esa caja negra del mundo, se reunirá de urgencia, tratando en apariencia de evitar una conflagración mundial, ya que dadas las circunstancias y el hecho de que el arsenal nuclear disponible, es mas que suficiente para la destrucción y el aniquilamiento recíprocos. Lo que antes era contención reciproca entre Estados Unidos y la Unión Soviética había venido a ser amenaza y capacidad sobrada de destrucción del mundo entero. (Esto me lo aclaró Diana al comentarme la lectura de la profecía séptima) Mientras los ejércitos y las armadas de cada potencia, fortalecidas por los soldados de países aliados marchaban hacia el valle de Armagedon, los civiles, los ciudadanos huían despavoridos buscando donde esconderse y donde proveerse de alimentos.

 El Estrecho de Ormuz se convirtió en un infierno y en las exclusas del Canal de Panamá comenzaron las hostilidades entre las tripulaciones de los navíos de guerra que marchaban hacia la gran feria de la muerte. Los soldados disimulaban su tristeza porque tenían una dosis doble de neurosis colectiva y de falso patriotismo inyectado por las campañas oficiales al través de los medios de comunicación, ninguno podía desertar sin ser encontrados, apresados y hasta fusilados, porque llevaban en sus propios cuerpos un chip de posicionamiento global o GPS que los delataba, por lo que preferían morir en la gran batalla final de la humanidad.

La potencia que gracias a su superioridad militar, tecnológica y económica lograse sobrevivir o resultar menos destruida por el proceso de aniquilamiento, dominaría a las demás, en una forma de reinventar a la Historia y volver a los comienzos. La intención de gobernar la humanidad sobre los restos de la civilización que amenaza desde ya, desplomarse bajo nuestros pies; Wall Street, esa gran lavadora de capitales de cualquier origen, se desplomará y el dinero perderá su valor. Vi los mercados financieros globales arder como estopa, les quedará solo el refugio de la guerra, de la hecatombe nuclear. Los que acumularon grandes riquezas, producto del robo y de la corrupción administrativa, no hallarán donde gastarla ni mercado ni plaza comercial fiable ni lugar para invertir. Las verán podrirse en sus bóvedas y convertirse en hojarascas sin valor y ser comida de los gusanos en sus propios bolsillos, la inflación de dos dígitos será cosa del pasado ante los precios astronómicos que alcanzarán los productos.

Las grandes inversiones económicas en material de guerra hechas por las grandes potencias se estaban dañando en los arsenales. Los submarinos, tanques, aviones, pertrechos y misiles se estaban oxidando y caducando por falta de uso, luego de las dos guerras de ensayo de Afganistán e Irak y de la agresión de la aviación israelí, apoyada abiertamente y sin intervención del Consejo de Seguridad por los Estados Unidos, contra la República Islamista de Irán, con la excusa de destruir su programa nuclear. El ataque fue definido de exitoso por el Pentágono y se alabó la precisión quirúrgica de la selección de los blancos y el empleo de bombas inteligentes de última generación, que solo matan a los malos.

Ese ultimo baño de sangre de la humanidad fue contemplado por quien esto escribe, encontrándome entre la realidad y el sueño, en ese estado crepuscular donde podemos ver las cosas mas espantosas y nos pueden llegar los pensamientos mas estremecedores y graves. Logré salir de mi encierro tambaleándome y con una visible y notoria debilidad física. Parece que las imágenes tan desgarradoras me afectaron seriamente, me miré en una de las vidrieras de la Octava Avenida que mostraba el último grito de la colección de un afamado diseñador gay establecido en Nueva York, una de las capitales de la moda y sentí una gran compasión por mi mismo.

Confieso que me acordé de mis fallidos amores con aquel maniquí de la Séptima Avenida. Enfrente de esa tienda pude ver una pierna plástica de maniquí, tirado en la acera sobresaliendo de un cesto de basura que aguardaba la llegada del camión de la municipalidad. La sociedad actual consume más alimentos que ninguna antes en toda la historia, así como es la que produce más basura de todo tipo, de plástico, de papel, de madera y metal. Recuerdo que la punta del pie de aquella pierna hecha en China apuntaba directamente a mi barbilla.

Las visiones que pude ver, los escritos misteriosos de aquella mano profética y la interpretación de Diana descifrándolos para mi me hirieron profundamente. Anuncian la llegada del gran cataclismo que se avecina, las advertencias están por doquiera, sin embargo no entendemos el mensaje o no nos interesa entenderlo o, en todo caso no creemos o no queremos aceptar la gravedad de la situación y el peligro inminente de aniquilamiento a que está expuesta la civilización occidental.

Este orden de cosas, le comentaba a Diana, o más bien este desorden mundial, está llamado a deshacerse, a quebrarse a incendiarse en su propio combustible. Los diseñadores y sustentadores de este sistema inhumano y decadente también perecerán arrastrados por el gran incendio y por el enorme mar de lava que descenderá de las montañas de la tierra. La humanidad ha alcanzado sus mas altas metas en Occidente. Desarrollo, tecnología, era de la información, manipulación genética, clonaciones, células madres, biotecnología y toda esa gran cantidad de aparatos que no logran consolar al hombre y la mujer postmodernos ante su pesada angustia existencial.

La humanidad ha cifrado su felicidad en la estabilidad de las bolsas de valores, en la capacidad de comprar y comprar objetos innecesarios y verlos como indispensables. La felicidad no se compra en las góndolas de las tiendas por departamentos. Además vi, gran cantidad de personas, desplazados del mercado por la miseria, que asaltaban los mercados e incendiaban las grandes tiendas.

Los indignados, un movimiento global creado en las redes sociales, se apoderaba de las plazas mas famosas de las grandes capitales del mundo. Los ví en Tian Anmen, China; tomaron Times Square y Central Park en Nueva York, Les Champs Elysees en París, Londres, La Gran Vía de Madrid, en Estambul, en Grecia, en Alemania y así, el mundo se convirtió a solo un clip, en un anciano loco y agonizante. Las hogueras ardían en protesta, Jean Paúl Sartre hubiera envidiado el movimiento de masas mas de cuarenta años después de la Cause du People.

Cada potencia, cada país fue cayendo como un castillo de naipes, como una hilera de fichas de dominó. Solo les quedaba como refugio el hacerse la guerra, el matarse entre hermanos, la invitación a la última gran cena de la destrucción y el aniquilamiento reciproco, del derrumbe y el hundimiento de la civilización de la posmodernidad. Todo se agravó por una misteriosa feria de terremotos de gran escala y con alcance global en territorios de Estados Unidos, China, Japón, Alemania, Francia y las principales capitales europeas, acompañados de tsunamis gigantescos, como si el globo estuviera afectado de mal de Parkinson y de diarreas incontrolables, y se tambaleara asustado de la hecatombe que el mismo había provocado y se despeñaba hacia la muerte.

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