martes, 7 de febrero de 2012

El Fantasma de Diana King
Prólogo

Nueva York es una ciudad vacía. Sus cinco barrios, Manhattan, Brooklyn, Queens, Bronx y Staten Island están llenos de gente y de asfixiantes autos, de corredores de bolsas, de lobistas,  de bohemios existenciales, de desinhibidos y desenfadados, de artistas y oportunistas. Todo en medio de una triste soledad de cemento, cristal y acero, donde los semáforos son interminables, los taxistas parecen saltimbanquis ante las leyes de tránsito y cada persona viste la máscara de la triste alegría y de la amarga tristeza.

De los cinco barrios, ninguno como Manhattan. Manhattan es la verdadera musa de Woody Allen. Nada de Diane Keaton, la modosa Mía Farrow, Diane West o las más jóvenes como Scarlett Johansson.

Manhattan alberga todos los demonios interiores del Bergman reciclado. Su genialidad al describir de modo descarnado las neurosis y costumbres de los neoyorquinos, de los que pisan sus calles, esos sonidos que a modo de una especial sinfonía urbana caracterizan a Manhattan, es irrepetible. Cada megaciudad tal vez, pienso yo, tiene sus propios ruidos y olores. El sonido, o el sonido del silencio de Simon y Garfunkel se pronuncian en alta voz en esa Babel de hierro.

Nueva York está lleno de iglesias de toda confesión: católicas o protestantes, diseño arquitectónico y variedad étnica. Las hay conservadoras y de gran mayoría blanca con rostros que nos obligan a imaginar a los pilgrim fathers, hay sinagogas judías y mezquitas musulmanas,  hay iglesias africanas, para inmigrantes franceses, para latinos, en fin, toda una acuarela racial y religiosa. Pero casi nadie se atreve a asumir o a afirmar que Nueva York sea una ciudad espiritual, un destino místico.

Nueva York es la meca de los demonios postmodernos. Allí, cada día, a lo largo del año, deambulan demonios  por las avenidas y calles, como también vagabundean demonios creativos en las mentes de los artistas que se van allí a  buscar inspiración, a “hacerse” artistas, como antes buscaban la bohemia de Paris.

En esa ciudad también habitan los fantasmas y no poca cantidad de leyendas urbanas acerca de aparecidos, de bellas mujeres con traje de novia que buscan al prometido que las dejó plantada en la ceremonia nupcial, de personas heridas sangrantes que piden ayuda, pero sus voces no se escuchan, de actores ya fallecidos que piden presurosos un taxi en Times Square o despegan una goma de mascar en la acera de Radio City Music Hall. Nueva York nunca duerme.

Todo artista de cine que triunfa en Hollywood trata de que lo vean en Nueva York. Aunque entre uno y otro punto haya miles de millas de distancia. De la Calle 42, en Times Square al Science Center, en Park Drive, Los Ángeles hay 2,804 millas, un día y 21 horas en automóvil en un recorrido de costa a costa.

Las coordenadas de Manhattan son: 40’ 43 N, 74’ 00’ O. En ese punto del globo se va a desarrollar gran parte de la historia aquí contada, la búsqueda incesante, en mi interior mismo y en las tristes calles de la gran manzana, del fantasma fascinante e inigualable de Diana King.

W. Weidle, en su “Ensayo sobre el destino actual de las letras y las artes”, declaró que: “asistimos al ocaso de la novela y del drama porque el artista de hoy es impotente de entregarse enteramente a la imaginación creadora”. Si el autor tiene razón entonces resulta una vana empresa,  y mas para un escritor imberbe, embarcarse en la idea de escribir una novela.

Ernesto Sábato dice en “Hombres y Engranajes” que “la literatura actual es la literatura de lo único, de lo personal”. Haciéndole entonces mas caso al autor de El Túnel y de Abbadon el Exterminador, comenzamos, tratando de no ser exterminados en el intento, a escribir esta suerte de novela, de cuyo curso y discurso pretendemos dejar fijados algunos aspectos en este estudio preliminar.

Es cierto que a los escritores del Siglo XX y del actual XXI, “se les hace  muy difícil trascender el propio yo, hipnotizados por sus propias desventuras y ansiedades, eternamente monologando en un mundo de fantasmas”  (Ernesto Sábato, “Hombres y Engranajes”.)

Pero, para Julien Green, “escribir una novela es en si misma una novela de la que el autor es el héroe. El cuenta su propia historia, y si se representa a si mismo la posible falta de objetividad es que es bien novicio o bien tonto, puesto que no alcanzamos a salir nunca de nosotros mismos”.

La atmósfera de esta novela “El fantasma de Diana King” hace caso de Sábato cuando dice que “el paisaje es un estado del alma”. En esa atmosfera se mueven tal vez dos o tres personajes entre cientos o miles de anónimos urbanos de su atmosfera fantasmal y nocturna del mundo onírico, o a veces festival y cotidiano de la realidad posmoderna del Manhattan globalizado. Un mundo de fantasmas junto a figuras reales, bien delineadas, táctiles y diurnas del arte y la cotidianidad burguesa que se pasea impenitente ante las vidrieras fashion o suben al Empire State Building buscando curiosear en el mundo celestial, rascando el cielo.

Cuando descendemos a los grandes y sustanciales problemas, angustias, incertidumbres y neurosis del hombre actual, poco importa si estamos en los rascacielos del Manhattan elegante o nos encontramos bajo la carpa azul de un refugiado de Darfur o del Congo.

Nuestra novela se desarrolla en un nuevo subsuelo que ya ha sido pisado sin embargo por muchos transeúntes de la literatura. Este subsuelo está por debajo, muy por debajo, de la realidad formal del realismo burgués y cosmopolita.

Este primer intento de novela pretende ser lo mas irracional posible. La vida tiene varios siglos postrada ante el dios de la razón, creación griega antes que cartesiana. Se necesita concebir a fuerza de tesón y contradicciones, una nueva estética, un nuevo habitáculo para el arte y sus postreras creaciones, una nueva realidad ficticia creada en los abismos y subways de la mente y condición humanas. Hay que fundir un nuevo becerro de oro al pie del monte.

Los deseos, las pasiones y neurosis son mucho mas importantes, necesarias y determinantes para la marcha de la sociedad que la razón misma. La razón solo nos sirve para razonar, pero lo que realmente mueve-leit motif- la rueda del progreso humano es el deseo y los intereses. Cuando el deseo se arma de razón el mundo y la sociedad evolucionan, avanzan, y ese conjunto de avances, dentro de un grupo humano mas o menos heterogéneo, construyen al paso del tiempo, una civilización.

En El Fantasma de Diana King, quisimos reducir la nómina de personajes, algo que bien pudiera parecerle fácil a cualquiera, sin embargo se trata de todo lo contrario, esa reducción fue con el interés de crear una especie de “menaje a deux”, de juego de tenis, donde la bola se mueve de una cancha a otra y los extras del film son meros espectadores anónimos oscuros y difusos que son apenas citados en ausencia como referencia de algún hecho.

Al escribir esta novela nos sentimos heridos por la diatriba orteguiana de la deshumanización del arte, en el sentido, sostenido por el sabio español, de que existe una división entre el arte y el público y la visión de Sábato en contrario, de que lo que ocurre es que es el público el que está deshumanizado.

La narrativa o el cuerpo de la novela en sí, constituye una galería de paisajes- estados del alma- de figuras que van desde el naturalismo purista hasta el cubismo o expresionismo narrativo, en caso de existir o haberse detectado la existencia de una suerte de literatura cubista o alguna escuela de cubismo literario.

No pretendemos explicar la novela. El arte no necesita explicación ni excusa. La novela se explica sola, por sí misma, o se la explica el lector ante la experiencia de avistar en perspectiva estas pinturas de una exposición. Aunque lo deseable sería que al finalizar la lectura se sienta estar ante lo inexplicable y mas confundido y perplejo que al principio. El arte; y la novela no es la excepción, es creado, concebido y parido, al igual que la existencia misma, en un ambiente de incertidumbres y temores, en terreno resbaladizo, en un universo tambaleante e inseguro y confuso.

Mientras escribía, letra por letra y palabra por palabra, cuando no experimenté temor y angustia- incluso hasta las lágrimas- abandonaba el proceso creativo por falta de una atmósfera apropiada. Ahora bien como los mortales nunca podemos salirnos de nosotros mismos, es preciso asegurar aquí que el autor es la misma novela en sí. Narra sus vivencias o ficciones con casi total honradez.

Y el elemento moral de la honradez lo citamos como un desagravio a quienes apuestan ciegamente a que la realidad “real” y cotidiana de la vida inunde y sea el tema fundamental de toda o casi toda creación artística. Me basta con que un autor anuncie con gran pompa que su obra está basada en hechos reales para sospechar profundamente de su pretendida originalidad. Las únicas creaciones literarias basadas en hechos reales, me parece, son las informaciones del noticiero. Pero esa realidad misma puede ser pura ficción, pura invención de intereses y corporaciones internacionales que se disputan y reparten el poder global. En cualquier obra, por más que se pretenda ocultar al autor detrás del bosque imaginario, detrás de los personajes, de las pasiones y dolores, siempre y sin falta esos mismos árboles y esos mismos personajes y sentimientos mostrarán su rostro y gritarán en alta voz el contenido, la llenura o el vacío existencial de su alma.

El Fantasma de  Diana King puede ser tomada como una novela sicológica al buen estilo de William Faulkner; existencialista al estilo de Jean Paúl Sartre; angustiante como La Metamorfosis de Frank Kafka;  provista de un abundante monólogo interior, al estilo de James Joyce; insignificante como un folletín policíaco; altamente romántica en transición al realismo como el Emilio de Rousseau o la Educación sentimental de Gustave Flaubert, o acaso con una pizca de novela gótica al estilo de Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe. Mi Fantasma es una novela trágica también, o le debe tal vez algo a la “Niebla” de Miguel de Unamuno.

Nos preguntamos al ceder a la tentación de comenzar a escribir una novela, de qué íbamos a escribirla; la respuesta no se hizo esperar: De los problemas esenciales del hombre y su destino. ¡Vaya preocupación nueva y recién inventada para tomarla como excusa para escribir una novela!, el tema es tan viejo como la existencia humana misma. Ha estado presente siempre desde los anales de las civilizaciones, en el génesis mismo y en los vanos pensamientos del hombre en todas las épocas.

Ahora bien nos faltaba el incidente. El hecho acaso vulgar en esta era de la desinformación y de las angustias virtuales. Nada mejor que un fantasma como el personaje central de esta novela: Nos ahorra descripciones físicas o de ropa, del carro que conduce, de la marca de perfume o de la comida que come. Acaso los grandes personajes centrales  de las grandes novelas de todo el mundo de la historia de la literatura, han sido también fantasmas creados por el artista y ensamblados en los talleres de su mundo onírico y existencial.

Este intento de novela es plena e intencionalmente metafísica. Si de algo está herida y penetrada es del espectro de la soledad y del fantasma de la muerte. Quien se atreva a leerla no debe esperarse finales felices. Cada capítulo podría ser una novela en si misma. No se sigue ni tiene un sentido cronológico de los acontecimientos. Luego del obligado prólogo y de los antecedentes, los capítulos fueron seleccionados al azar, como un mago que saca conejos muertos de su vieja chistera. Ni siquiera “Memorias de un suicida”, que termina con la muerte del protagonista lanzándose del piso cien del Empire State Building, mereció ser el final.

El Fantasma de Diana King narra en ella, según Sábato, “el amor carnal no satisfecho, no con la crudeza exacerbada de estos años, sino como un ansia de elevación espiritual en fugaces e intensos éxtasis”, mientras el personaje se enfrenta al trágico problema humano de la comunicación y del sentido a la humana existencia. Adam Rosemberg, dicho con toda sinceridad es un atormentado, mientras que Diana King es tan profunda como incomprensible. Ambos fluctúan como péndulos desde la intensa felicidad a la más absurda y profunda tristeza dentro de los posibles intercambios entre ellos en un mundo onírico e imaginario.

Holderlin decía que “si el hombre no se ocupa del infinito no vale la pena que nos ocupemos de nada”. Por ello los dos personajes centrales se mueven en el infinito, se percibe esa falta de dimensionalidad y carácter lineal en el discurso y en el vacío en que se mueven como fantasmas, ingrávidos y sin formas definidas. Desde el principio de la novela, se puede oler esa atmósfera de imposible y ese vaho conmovedor de la proximidad real de la muerte.

El ansiado logro de la mujer fantasma buscada afanosamente en las cuadras y estaciones del Metro de Nueva York, en sus museos y bares de jazz, y en las calles, templos y catacumbas y subterráneos de la ciudad interior de la mente del autor, hace suponer la suma de una amargura e infelicidad plenas para el personaje. Sin embargo, hasta la amada misma que él busca, está marcada- al igual que él- por la transitoriedad de lo terrenal y por el estigma de la muerte. Esa frágil y momentánea felicidad del amor alcanzado en sus propias condiciones, las ilusiones perdidas, los momentos de entrega espiritual y física, todos, están de modo inexorable montados en el riel de la línea de ensamblaje que lleva hacia la muerte, sin excusa ni remedio.

La muerte como tema es fascinante para los creadores de todos los tiempos y de todos los movimientos del arte. En el arte naturalista, desde las famosas uvas de Parrasio hasta la pictorrea de bodegones, naturalezas muertas y arte abstracto que ha parido y sigue pariendo el arte occidental, reina la muerte. Una naturaleza muerta, o un paisaje de Turner, pretenden eternizar un instante dentro de un conjunto que está en constante movimiento, cambiante de gestos y de formas.

La novela debe colocarse en las antípodas. La novela es movimiento de los personajes en áreas físicas descritas y durante hechos y situaciones de la narrativa en su conjunto, en el marco de las unidades de espacio y tiempo. Bástale al lector volver sobre sus pasos para reencontrar las diferencias de cada cuadro de la gran exposición que supone una novela, para descubrir como se interrelacionan se ignoran o se atañen.

Cada estadio de la obra contiene estados del alma de los personajes y del autor mismo. Ya sea mientras los escribía o según a lo que le era dable expresar en el momento. Esta novela tiene sus propios demonios. Los dioses del mundo luminoso del Olimpo y de la Roma clásica que inspiraron y al mismo tiempo fueron suplantados por el arte del Renacimiento no pueden; ni deben, atreverse a aparecer en los sucesos aquí narrados. Los dioses y fantasmas de esta tentativa de novela, son figuras crueles y oscuras que cual heraldos del mal anuncian a voz en cuello el derrumbe ineludible de esta civilización. La caída y el autoaniquilamiento de esta gran bola de mierda - apunta Pastor de Moya - que se llama la Globalización.

En esta novela hay más de un fantasma. La misma Diana King puede tal vez haber salido mal parada en estas páginas y haberse humanizado un poco. El hombre mismo que la persigue y busca ansiosamente, puede, a la inversa, haber perdido mucho de su humanidad y haberse convertido en un fantasma nuevo, cómplice de sus propios demonios.

Si la narración se mueve en dos terrenos a la vez, es en el campo de la metafísica y en el de la realidad creada. Ahí también se mueve la condición humana. Creando este fantasma hemos sentido asco por lo grandilocuente, por lo incidental o noticioso, por lo que exceda los límites-  en caso que los haya-  del universo metafísico que habita o debe habitar en el hombre. Hemos querido rehuir también lo netamente “literario” aunque afirmemos que se trata de una novela; sospechamos vivamente de todo lo que pueda ser considerado como convencional, formal y literario en el sentido más estricto de esta bella y última palabra.

Nos interesa bucear hasta el fondo del problema buscando las verdades últimas, sin detenernos mucho en contemplar los cardúmenes de bellos colores que nos pasan por el lado o los arrecifes de coral que encontremos en el camino. Cada quien va tras lo suyo y vive su propio infierno personal. Rechazamos lo puramente literario porque las palabras son el medio, no el fin que comunica la vida  cotidiana, onírica, fantasiosa, fantasmal o fantástica de los personajes de la novela. Las palabras, creo yo, tratan de no interponerse entre el lector y la historia que se está contando. Son apenas humildes cadenas transportadoras de sentimientos y estados del alma.

El Fantasma de Diana King pretende también- acaso no lo logre nunca- confundirse en un solo ser con la persona de carne y hueso que lo ha creado, respalda y alimenta. Como autor debo decir que estos hechos me ocurrieron a mí, aunque gran cantidad de lo aquí contado es producto de mi delirio y de nuestra pura invención. Son ficciones extraídas del alma de un atormentado. Mucho del contenido de este Fantasma es verdaderamente falso, o falsamente verdadero. Es una técnica, usada por miles de autores, de obtener un árbol nuevo mediante la práctica agrícola del injerto: Narraciones metafísicas injertadas en hechos reales para producir algunos frutos de ficción.

No todo lo descrito en el Fantasma es cierto. No todo es realidad. Nada es verdad absolutamente. La vida misma, bien mirada, es una ficción parida por la realidad y deformada por el hombre en su accionar cotidiano o, en el mejor y mas corriente de los casos, una combinación de incertidumbres y certezas, donde las primeras prevalecen al vivir diario y la segunda solo conduce y asegura la muerte. El Fantasma es también una novela surrealista, un manifiesto estético y hasta un manifiesto existencialista. Es además una abierta, constante y sonante oposición a todo  lo racional y hasta contra casi todo lo formalmente ético.

Nada mas aparentemente cuerdo que el hombre en sociedad; nada mas irracional y cierto que el hombre en un manicomio, y nada mas auténtico y creíble, cuando el artista apoyado en su aguda y especial sensibilidad, trasunta y detecta algunas fisuras ocultas o algún derrumbe cercano que los demás, aparentemente normales, no podemos ver.

El artista reacciona entonces contándoselo al mundo valiéndose de los medios artísticos de que dispone. Los materiales son su palabra, su voz, el medio y el mensaje mismo. El arte es el lenguaje, voz, medio y forma del artista expresarse. Ahora bien no todos los mortales ni en igual intensidad y detalle captan, entienden y descifran los gritos, códigos, reclamos y balbuceos que utilizan como medio de expresión para comunicarse.

Todo arte es expresionista y figurativo, ninguno es abstracto y todos fueron vanguardia alguna vez. En este Fantasma están mis angustias, gritos, balbuceos y dolores en la búsqueda existencial de lo imposible. Porque hasta lo posible puede ser buscado.

Si alguien quiere acompañarnos a la búsqueda frenética de un fantasma, que por más señas se oculta en Nueva York, lo hará por su propia cuenta y riesgo.

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