viernes, 9 de noviembre de 2007

LA ESCULTURA EN JUAN TRINIDAD
El primer pleito que tuvo Juan Trinidad fue con su padre, porque quería que fuera sacerdote y no artista. Allá en el Bonao de los sesenta, específicamente en Jayaco, era un atrevimiento soñar con ser artista de la escultura. Pero el muchacho se atrevió y aquí lo tenemos, paseando sus creaciones en madera por el mundo.
Paul Valery, decía que" la escultura se instala en el mismo centro de aquel que la contempla. Cada paso del observador, cada hora del día, cada lámpara que se ilumina, engendra a una escultura una cierta apariencia, toda diferente de otras". Este proceso de complicidad entre obra y observador se registra al contemplar las esculturas de distintos tamaños de Juan Trinidad.
Su obra refleja una visión del mundo entendido como una combinación de las fuerzas de la vida y las esencias absolutas. Cada talla es un viaje que realiza un extraño análisis de la conciencia que el ser humano tiene de sí mismo en un estilo rigurosamente armónico e integral, combinado con descripciones sensuales y naturalistas con técnicas de talla alegórica. A Juan Trinidad le apasiona la madera y el mensaje que ella le trasmite en códigos que solo el entiende. Dice al igual que Miguel Ángel, que la escultura está oculta en el material de la talla, lo que debe hacer el escultor es quitarle la materia sobrante y revelar la obra.
Una de las virtudes fundamentales del arte escultórico es el concepto de tridimensionalidad, en oposición a la bidimension de la pintura, que solamente puede sugerir profundidad gracias a la perspectiva. Además la escultura atañe más al observador. Lo detiene, lo interrumpe, lo seduce, integrándolo al discurso que ella misma representa.
Cierto es que la escultura, en la iconografía del arte dominicano, se ha quedado un poco a la saga, mientras que por el contrario desde la Generación del Ochenta hasta estas fechas, hemos asistido a un verdadero boom de pintores de toda pinta y calidad. No así de escultores. Han sobresalido los trabajos del maestro Gaspar Mario Cruz, con sus puertas monumentales y todo el corro de figuras celestiales que ha sabido representar. Pero el accionar de Trinidad, sin desdecir del maestro Gaspar, es realmente diferente. No pretende ser vanguardia ni tampoco hacer aspavientos ni alharacas. Es un arte hecho de manera sosegada en su hogar taller de San Francisco de Macorís, con la presencia de algún otro par de ojos que le visiten.
Trinidad crea todo un bosque gestual iconográfico, que no escapa a la repetida acusación de totémico religioso, ni a la fantasmagoría hierática de sus rostros. Sabedor de que el rostro, contentivo de los ojos, son el "screem" del alma, no se ahorra en sus trabajos la presencia de uno o de varios rostros, que pueden reseñar toda una biografía de emociones, dudas, angustias y sentimientos, aunque otras veces nos trasmiten paz junto a la quietud de una vida interior sosegada y mística.
En las culturas milenarias del África, algunas tribus acostumbran tener una serie de máscaras con distintas expresiones para llevarlas puestas de acuerdo a la ocasión. Si van a guerrear se colocan una máscara agresiva y cruel, si van a dar un pésame a un amigo o pariente, llevan una máscara triste, pero si van a un banquete o a una ceremonia de bodas llevan una máscara alegre, o solemne si van a un ritual de iniciación. Al igual que esos nativos, el hombre actual, tiene todo un repertorio de máscaras para usarlas de acuerdo a la ocasión y a sus intenciones, cambiándolas con asombrosa facilidad.
Este artista, nos introduce en sus bosques mágicos donde nos sentimos pequeños ante los totems monumentales de su creación, o sacudidos al ver nuestro rostro –sentimiento en el espejo de roble o caoba de sus rostros que parecen mirarnos expectantes o bajan la cabeza para no vernos o al menos fingir que no nos ven. Se establece de inmediato una relación entre la obra de Trinidad y los ojos que la contemplan en su bosque encantado.
Hendiduras, curvas sensuales y territorios amorfos se ven enredados en el discurso. Acaso el arte sea necesariamente un enredo. Acaso nuestra mente humanamente lúcida no puede entender estos entuertos porque el arte, como las mujeres, no es para ser comprendido. Se le ama o no. Son lentejas del alma del artista.
Prefiere la madera de roble para sus creaciones, enfrascándose con troncos monumentales que pretenden doblegar su fuerza física, pero no su mano. Los trasforma los forma y deforma a su antojo en un sincero éxtasis creativo que lo deja exhausto. Cada tronco, cada trozo de madera virgen que llega a su taller, es como un potro bravo e indomable que termina cediendo ante las gubias y formones de la mano de Trinidad, quien hace saltar de su interior la obra que él quiere traer a esta realidad. Es un parto de la madera, que a veces hiere con una ligera conjunción de trozos de metal, pero solo para crear contraste, la reina sigue siendo la madera.
La visión escultórica de Juan Trinidad trasciende la materia para rociarla de un halo espiritual. Espíritu y materia han sido vistos a través de la historia como antagónicos. Pero son cáscaras de un mismo palo. El espíritu puede poseer a la materia, socavarla y regirla por sus leyes, mientras que la materia misma tiene sus momentos de espiritualidad. Ese proceso de espiritualizar la materia o de materializar el espíritu está presente en la obra escultórica de Juan Trinidad.
Biografía Artística
En 1980 estudia forja y soldadura en la Escuela Vocacional de las Fuerzas Armadas, en Baní, iniciando posteriormente prácticas en artes visuales en el campo de la escenografía y en recintos turísticos. En 1994 viaja a Buenos Aires, Argentina, donde cursa talleres con importantes artistas .En 1996 inicia su educación artística formal en el Centro de Artes Plaza de la Cultura de Bonao, especializándose en escultura.
Ganó la Mención de Honor del Concurso "Prats Ventós", en el Centro Cultural de España. En 2003 ganó el Primer Premio de Escultura XXII Bienal Nacional de Artes Visuales, Museo de Arte Moderno. En el mismo año fue finalista de la Mundial de Escultura en Hielo, celebrada en Ottawa, Canadá, y en 2005, Primer Premio de Escultura, Paleta de Níquel, Museo Cándido Bidó.

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